Hermanos de la Fraternidad San Pío X

Los Hermanos que se consagran a Dios en la vida religiosa tienen como primer objetivo la gloria de Dios, su santificación y la salvación de las almas. Ofrecen a Dios toda su vida, todas sus acciones por Nuestro Señor, especialmente en el santo altar de la Misa.

El objetivo específico de los Hermanos en la Fraternidad es el de ayudar a los Sacerdotes en su ministerio, ya sea que se trate de aligerarles la carga de las tareas materiales o de participar más directamente en el apostolado, en los lugares de culto, las escuelas o las misiones. Pronuncian los votos de religión que los unen más estrechamente con el divino Maestro.

Vocación plena

Para comprender el paso que han dado los jóvenes que llaman a la puerta del Seminario como postulantes para Hermanos, es necesario conocer bien los dos aspectos indisociables de toda ascensión hacia Dios. Si el hombre fuera bueno por naturaleza, sólo tendríamos que desarrollar lo mejor de nosotros mismos para alcanzar la perfección. Por desgracia, incluso después del bautismo, tenemos dentro de nosotros malas tendencias. El hombre viejo del que habla San Pablo lucha contra las aspiraciones del hombre nuevo. Así, para subir hacia Dios, no basta con que nos volvamos hacia él con todo nuestro corazón, antes debemos desprendernos de todo lo que puede frenar nuestra unión con Él. Toda vida espiritual comprende entonces una fase ascética y una fase mística. En otras palabras: no hay unión con Dios sin renuncia previa.

Consejos evangélicos

El postulante para Hermano que haya comprendido esta verdad emprende generosamente el camino de los consejos evangélicos. Este camino se distingue del camino de los mandamientos. Para agradar a Dios, todos debemos observar los mandamientos de Dios, todos debemos amar a Dios sobre todas las cosas y amar a nuestro prójimo como a nosotros mismos, por amor a Dios. Pero para observar más fácilmente los mandamientos, para llegar más rápido a Dios, existe un camino más corto, más directo, más seguro que el que emprende la gente del mundo.

Tres votos

Este camino no aleja al hombre del camino de los mandamientos, sino que le da medios más seguros para observarlos. Para amar a Dios sobre todas las cosas, es necesario evitar todo apego desordenado a la criatura. Ahora bien, como es natural, fácilmente tendemos a apegarnos sin medida a los bienes de este mundo. Tenemos la tentación de dejarnos llevar por la pendiente resbaladiza de los placeres; tenemos sobre todo la tendencia a apegarnos a nuestra manera de ver y a nuestra manera de actuar. Entonces, para acabar con todas estas tentaciones, los Hermanos hacen los tres votos de pobreza, castidad y obediencia.

Triple compromiso

Los tres votos tienen su origen en la Sagrada Escritura. En el Evangelio, Nuestro Señor invita al joven rico a seguirlo por el camino de la pobreza. Le dice: “Si quieres ser perfecto, anda, vende cuanto tienes, y dalo a los pobres, que así tendrás un tesoro en el cielo; y ven después y sígueme.” (Marcos 10, 17-22). En otra ocasión, propone a las almas generosas seguirlo por el camino de la obediencia: “Si alguno me ama, niéguese a sí mismo, y cargue con su cruz y sígame.” (Mateo 16, 24-28). Por último, en otra circunstancia, Nuestro Señor habla de “los que se han hecho eunucos a sí mismos por amor del Reino de los Cielos”: alusión al voto de castidad perfecta (Mateo 19, 12). Así, la triple renuncia de los Hermanos se fundamenta en los Evangelios. Pero ya en el Antiguo Testamento, un episodio era figura de esta invitación de Dios a seguirlo en el sendero de los tres votos. Se trata del pasaje del Génesis en el que Dios aparece a Abraham y le dice: “Sal de tu tierra, y de tu parentela, y de la casa de tu padre…”.

Renuncia

Cuando Dios atrae las almas hacia Sí, les pide que se desapeguen de ciertos bienes. Pero esta renuncia no es más que la parte negativa de su compromiso. El compromiso de los Hermanos es ante todo positivo. Para ellos significa consagrarse a Dios. Y como su consagración es total, pertenecen enteramente a Dios. Desde sus primeros votos, se vuelven realmente almas consagradas. Como un cáliz es un objeto consagrado, todo su ser se consagra a Dios. Por consiguiente, todas las acciones que realizan, incluso las más triviales, adquieren un valor religioso. Esto es lo que hace toda la belleza, toda la grandeza de su vocación. Que el Hermano sea cocinero, jardinero, secretario o profesor, eso es muy secundario con relación a su vocación religiosa. Lo que especifica la vocación de Hermano es el don total, pleno, entero de su persona a Dios.

Modelo para los Sacerdotes

Con relación a los votos, lejos de ser inferiores a los Sacerdotes, los Hermanos son para ellos una luz, una referencia, un modelo. Sin duda, los Sacerdotes por su compromiso con el celibato hacen implícitamente el voto de castidad. Deben tener el espíritu de pobreza y practicar la virtud de la obediencia. Pero su compromiso en este sentido es menos extenso que el de los Hermanos. Los Sacerdotes tienen su propio automóvil, tienen con frecuencia una computadora u ordenador, tienen libros que les pertenecen. Y por desgracia pueden apegarse a todos estos bienes. Es por eso que es muy provechoso para los Sacerdotes el tener cerca de ellos Hermanos que recuerden por su vida el ideal de la perfección evangélica.

Ayudar con el ejemplo

Los Hermanos ayudan a mantener el espíritu religioso con su ejemplo. Mons. Lefebvre era religioso, y si eligió para la Fraternidad ser una sociedad de vida en común sin votos, no era para desviar a los Sacerdotes del espíritu religioso, sino únicamente debido a las dificultades prácticas que hubieran suscitado para los subordinados los votos de pobreza y de obediencia. Habrían pasado su tiempo solicitando autorizaciones para cubrir las necesidades de su apostolado.

Los Hermanos tienen, pues, una hermosa vocación, una vocación totalmente positiva. Como toda vocación, se define con relación a Dios y no con relación al hombre. Ciertamente, los Hermanos viven cotidianamente en una dependencia muy estrecha de su Superior, en virtud del voto de obediencia, pero este voto no encuentra en sí su razón de ser más que en Dios. Lejos de ser ante todo trabajadores manuales, los Hermanos, al igual que los Sacerdotes, son hombres de Dios.

Aspecto religioso

Al insistir sobre el aspecto religioso del Hermano, no olvido el ámbito profesional. Los Hermanos que más alcanzan su plenitud, cuentan casi siempre con un oficio o profesión. El hecho de poder utilizarlo en el marco de la vida religiosa es muy enriquecedor para ellos. Por lo tanto, buscamos en la medida posible cultivar o desarrollar los talentos de nuestros Hermanos, por su equilibrio y el bien de nuestras casas.

Apóstoles celosos de su deber

Una de las consecuencias de su vida oculta en Dios es la proyección apostólica de los Hermanos. A pesar de la vida reservada que llevan, los Hermanos son verdaderos Apóstoles. Su sublime oblación interior los transforma poco a poco en Dios y atrae numerosas bendiciones sobre las almas. A estos actos interiores se añade para algunos un apostolado más directo. De hecho, si a los Hermanos se les solicita sobre todo para aligerar la carga de los Sacerdotes de ciertas tareas materiales (economato, jardinería, cocina, mantenimiento de los edificios, secretariado), es totalmente acorde con su vocación enseñar el catecismo, dirigir un coro o trabajar con dedicación en las escuelas.

Es una gracia para la Fraternidad, ya que los Hermanos juegan un papel irremplazable con los niños, a quienes edifican con su ejemplo y tienen la muy hermosa misión de acercarlos al Sacerdote. Mientras más numerosos sean, más productivo será el trabajo efectuado con los niños.

El Hermano de la Fraternidad es un religioso. Tiene por lo tanto todos los deberes del religioso, ¡pero también todos sus privilegios!

Dificultades a superar

Una de las dificultades a superar es la falta de impulso de muchos jóvenes. Muchos tienen las cualidades que se requieren, pero no se atreven a tocar a la puerta del seminario por falsa humildad. Ya sea porque se sienten indignos de la vocación, o porque se preguntan si lograrán perseverar toda su vida en este camino. Esta disposición de desconfianza en sí mismo es buena, mas para que sea provechosa, se debe unir a ella una gran confianza en Dios. Desconfianza en sí mismo, confianza en Dios: éstas son las dos alas de la perfección. Somos débiles, pero Dios es fuerte. Somos inconstantes, pero Dios es fiel. Él no nos abandonará jamás primero, y estará siempre listo para llevarnos a Él si damos algún paso en falso.

Formación en tres años

La formación ayuda a los jóvenes a mejorar con la gracia de Dios. No se pide una santidad perfecta al entrar en el Noviciado. El año de postulantado, que termina con la toma de hábito, y el año de noviciado, que se cierra con los primeros votos, están ahí para ayudar a los jóvenes a desarrollar lo mejor de sí mismos.

Durante este tiempo, se ejercitan en la práctica de los tres votos y reparten su día entre la oración, los cursos y las actividades manuales, sin olvidar los momentos de esparcimiento. Se trata de que adquieran buenas bases espirituales, pero también un cierto sentido práctico. Al terminar el noviciado, el joven profeso prolonga todavía su formación un año, antes de ser enviado a un priorato, una escuela o una misión.

¿Qué se necesita para volverse Hermano en la Fraternidad?

La vocación se identifica por el don de sí. Es llamado aquel que siente el deseo profundo de servir a Dios y que tiene docilidad para dejarse formar. A esto se agrega un mínimo de dones naturales y una salud suficiente. Para verlo más claro, el mejor medio es abrirse a un Sacerdote y visitar por un tiempo el Seminario. Una estancia en el Seminario es con frecuencia determinante para disipar ciertas ilusiones o por el contrario, para confirmar una vocación (extraído de Fideliter, núm. 152 de marzo-abril de 2003).


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