Discernimiento

Las almas que desean santificarse a veces tienen dificultades para discernir la voluntad de Dios. Ciertamente, saben muy bien que Dios la manifiesta en primer lugar por sus mandamientos. Aquí, basta simplemente con cumplir lo que está prescrito. Por lo demás, en las decisiones que hay que tomar a lo largo de nuestros días, el campo libre es tan vasto que no siempre es fácil conocer claramente lo que el Buen Dios espera de nosotros.

Esta dificultad no es nueva. Toda la vida, las almas piadosas y que se preocupan por complacer a Dios se han topado con ella. Para resolverla, es bueno recurrir a la solución propuesta por San Francisco de Sales. Su prudencia, su sabiduría y su equilibrio hacen de él un guía seguro. Su santidad, unida a su larga experiencia con las almas, da a sus respuestas un peso considerable.

Tres actos de la virtud de prudencia

Para ver todo esto con mayor claridad, es bueno distinguir, en las decisiones que hay que tomar, entre las que comprometen todo nuestro futuro y las que no tienen mayor importancia.

Pedir la luz del Espíritu Santo

Las grandes decisiones, como escoger una profesión, mudarse de una ciudad a otra, elegir la vocación o hacer un gasto particularmente importante merecen toda nuestra atención. Un error de apreciación puede tener consecuencias desastrosas. Desgraciadamente, todos tenemos tristes ejemplos a nuestro alrededor. Tal vez nosotros mismos hemos tenido que pagar tarde o temprano el precio de haber tomado una mala decisión. Por eso, para evitar nuevas decepciones, escuchemos con atención los consejos de San Francisco de Sales. Él describió en pocas palabras el proceso a seguir en el Tratado del amor de Dios: es necesario ser muy humildes, dice, y no pensar en encontrar la voluntad de Dios a fuerza de examinar las sutilezas del discurso.

Mas luego de haber pedido la luz del Espíritu Santo, habiendo aplicado nuestra consideración a buscar complacerlo, luego de pedir el consejo de nuestro Director y, en dado caso, de otras dos o tres personas espirituales, hay que resolver y decidir en el nombre de Dios. Por consiguiente, pensemos en primer lugar en rezar para que Dios esté en el centro de nuestras deliberaciones. Después, recurramos a nuestra reflexión para discernir las ventajas y los inconvenientes de las diferentes soluciones consideradas. Puesto que el Buen Dios nos ha dado una inteligencia, debemos servirnos de ella. Así, la oración no dispensa de la reflexión.

Reflexión personal – pedir consejo

Por otro lado, en la medida en la que no somos competentes en todos los ámbitos, no dudemos en pedir consejo de las personas prudentes para emitir el juicio más seguro. Finalmente, después de haber discernido la elección que se tiene que hacer, tomemos de una vez por todas la decisión que nos parece la más acertada.

Si se respetan estos pasos, se evitarán los dos errores más comunes que se encuentran con demasiada frecuencia: uno por exceso, el otro por carencia. Por un lado, están los que se lanzan con los ojos cerrados y no recurren lo suficiente a la reflexión antes de actuar, y por el otro, los que reflexionan demasiado y no se pueden decidir. La prudencia, como toda virtud moral, al situarse en un justo medio permite evitar estos dos escollos.

Poner en práctica los proyectos

Agreguemos que no se trata solamente de tomar buenas decisiones. Después hay que poner en práctica nuestros proyectos, sin demora. Actualmente, en el lenguaje cotidiano, el término prudencia ha perdido su fuerza original. Se llama fácilmente prudente al hombre que permanece siempre en la retaguardia y no se atreve nunca a expresar el fondo de su pensamiento ni a ponerlo en práctica. En realidad, el hombre prudente es, por el contrario, el que sabe tomar las buenas decisiones en el momento oportuno. Santo Tomás de Aquino lo explicó muy bien en su Suma Teológica: de los tres actos de la virtud de prudencia, que son la reflexión, el juicio y la intimación, el acto principal es la intimación, es decir, el hecho de pasar a la acción.

Mantenerse enfocado

Sin embargo, no es raro que en el momento de poner en práctica nuestros propósitos, nos encontremos frente a ciertos obstáculos que quizás habíamos minimizado o desatendido. Entonces, la tentación de echarnos para atrás es fuerte. Pero el lenguaje de San Francisco de Sales es claro: una vez que hemos tomado una decisión, ya no debemos después revocar con dudas nuestra elección, sino cultivarla y sostenerla con devoción, paz y constancia. Y aunque las dificultades, tentaciones y diversidad de sucesos que se juntan en el proceso de poner en práctica nuestro plan nos podrían dar cierta desconfianza de haber tomado la decisión correcta, con todo debemos permanecer firmes y no mirar todo eso, sino considerar que si hubiéramos tomado otra decisión, tal vez habría sido cien veces peor. Además no sabemos si Dios quiere que nos ejercitemos en la consolación o en la tribulación, en la paz o en la guerra (Tratado del amor de Dios). Sólo un nuevo dato objetivo podría hacernos cambiar de dirección.

¿Por qué mantener esta constancia en la prueba? El santo Obispo de Ginebra nos da la clave: al tomar santamente la resolución, nunca hay que dudar de la santidad de ponerla en práctica. Si no depende de nosotros, ésta no puede faltar (Ibíd.).

Como buen médico de las almas, para animarnos a seguir sus preciados consejos, nuestro santo concluye escribiendo:
 

actuar de otro modo es señal de un gran amor propio o de niñez, debilidad o necedad de espíritu (Ibíd.). ¡Que pudiéramos evitar entrar en una de estas cuatro clases de hombres!”.

Voluntad de Dios en la vida diaria

Si para las grandes decisiones es importante tomarse su tiempo y no comprometerse a la ligera, para las pequeñas decisiones de la vida cotidiana, en cambio, no hay que torturar el espíritu para intentar discernir lo que sería mejor hacer. Citemos nuevamente a San Francisco de Sales:
 

Teótimo, os advierto sobre una tentación fastidiosa que llega con frecuencia a las almas que tienen un gran deseo de seguir en todas las cosas lo que más se sujeta a la voluntad de Dios. El enemigo, en todas las circunstancias, las pone a dudar si es la voluntad de Dios que hagan una cosa en vez de otra. Como por ejemplo, si es la voluntad de Dios que coman con su amigo o que no coman, que se pongan una ropa gris o una negra, que ayunen los viernes o los sábados, que vayan al recreo o que se abstengan de él. Estos pensamientos les quitan mucho tiempo. Y mientras se ocupan en querer discernir lo que es mejor y se preocupan por esto, pierden inútilmente la ocasión de hacer muchas obras buenas. Sería más para la gloria de Dios el poner en práctica estos pensamientos, con los que se distrajeron, que lo que pudieran lograr con discernir entre lo bueno y lo mejor.

Las almas que desean santificarse a veces tienen dificultades para discernir la voluntad de Dios. Ciertamente, saben muy bien que Dios la manifiesta en primer lugar por sus mandamientos. Aquí, basta simplemente con cumplir lo que está prescrito. Pero por lo demás, en las decisiones que hay que tomar a lo largo de nuestros días, el campo libre es tan vasto que no siempre es fácil conocer claramente lo que el Buen Dios espera de nosotros.”

No hay que perderse en las pequeñas cosas
 

No tenemos la costumbre de sopesar las pequeñas monedas, sino solamente las piezas de importancia. El comercio sería demasiado fastidioso y quitaría demasiado tiempo si se tuvieran que sopesar todas las moneditas. De igual manera, no debemos sopesar todo tipo de acciones pequeñas para saber si valen más que las otras. Incluso hay superstición en querer examinar tan minuciosamente las cosas. Pues ¿con qué propósito nos meteremos en problemas por decidir si es mejor oír la Misa en una iglesia que en otra, hilar que coser, dar limosna a un hombre que a una mujer? Servir bien a un maestro no es el emplear tanto tiempo en considerar lo que se debe hacer, sino hacer lo que se requiere. Debemos medir nuestra atención de acuerdo con la importancia de lo que emprendemos. Sería un cuidado desordenado tomarse tanta molestia en deliberar para hacer un viaje de un día, como para otro de trescientos o cuatrocientos kilómetros.

Entre las pequeñas acciones cotidianas, en las que una falta no trae consecuencias,  ni es irreparable, ¿qué necesidad hay de hacer tantas consultas inoportunas? ¿Con qué propósito me desgastaré para averiguar si Dios prefiere que yo diga el rosario o el oficio parvo de Nuestra Señora, ya que no podría haber ahí tanta diferencia entre el uno y el otro como para tener que hacer una gran investigación al respecto? ¿Que vaya yo mejor al hospital a visitar a los enfermos que a rezar vísperas, que vaya yo mejor al sermón que a una iglesia en donde se concede una indulgencia?

Por lo general, no hay nada tan aparentemente relevante en una cosa como en la otra, para que se deba entrar por ello en gran deliberación. Se debe actuar sólo de buena fe y sin sutileza en tales circunstancias. Y, como dice San Basilio, hacer libremente lo que bueno nos parezca, para no cansar nuestro espíritu, ni perder el tiempo, ni ponernos en peligro de caer en la inquietud, el escrúpulo y la superstición.” (Ibíd.).
 

Que estas palabras puedan tranquilizar a las personas de naturaleza inquieta y ayudarlas a conservar la simplicidad en las decisiones que hay que tomar en la vida diaria. El amor de Dios, como un filtro, nos lleva a abandonar poco a poco las actividades que no son necesarias para nuestra salvación, para no conservar sino las que son las más agradables a Dios. Un retiro espiritual es ciertamente uno de los mejores medios de contribuir a esta purificación.

Consejos a los jóvenes

Deseo que todos los jóvenes, tanto hombres como mujeres, conozcan desde temprana edad estas reglas de prudencia, para que las apliquen a conciencia. Gracias a Dios, vemos numerosos jóvenes equilibrados que lo hacen. Ellos son el consuelo de sus padres y de sus educadores. Desgraciadamente, otros por ignorancia o por debilidad no les dan importancia y tarde o temprano son las primeras víctimas de esto. Desde el inicio de mi ministerio, lo he constatado con mucha frecuencia. Es indudable que numerosos jóvenes no siguen siempre las reglas elementales de prudencia en el momento de tomar las grandes decisiones que comprometen todo su futuro.

Entre irreflexión y pusilanimidad

Algunos actúan con precipitación e irreflexión, dejándose atraer más por la facilidad que por el sentido del deber. Algún día se dan cuenta de las cosas claramente, pero ya se encuentran en un callejón sin salida, por haber tomado decisiones irreversibles.

Otros, y son legiones, se dejan ganar por la pusilanimidad. A la inversa de los anteriores, se plantean tantas preguntas que jamás logran tomar decisiones. Se les oye quejarse de los males de los tiempos, pero en la práctica dejan sus talentos sin explotar.

Finalmente, están los que después de haberse comprometido a seguir un camino se dejan desanimar por los obstáculos y revocan decisiones que sin embargo habrían sido su tabla de salvación.

Por lo que se refiere más precisamente a las vocaciones, algunos jóvenes tocan a veces muy tarde e incluso demasiado tarde a la puerta del seminario. Otros se dejan detener por motivos insignificantes o sus padres les impiden tomar este camino. Algunos más han perdido su vocación al entrar en contacto con el mundo. Ustedes comprenden entonces por qué la prudencia merece el título de “reina de las virtudes morales”.

Carta núm. 46 a los Amigos y Benefactores del Seminario Santo Cura de Ars – 31 de enero de 2002.