50° aniversario de la Misa Nueva: la Constitución Sacrosanctum concilium (26)
El 4 de diciembre de 1963, el Papa Pablo VI promulgó la constitución Sacrosanctum concilium sobre la liturgia. El primer documento del Concilio Vaticano II fue aprobado por 2,151 votos contra 4. La razón de este éxito reside en la naturaleza del texto.
Se trata de un texto que establece las líneas generales a partir de las cuales los organismos posconciliares trazarían la nueva liturgia (nn. 44-45). En realidad, la Constitución emprendió la transformación radical de la liturgia. En particular, anunció la revisión del ritual de la Misa (50), un nuevo rito de concelebración (58), la revisión de los ritos del bautismo (66), confirmación (71), penitencia (72), ordenaciones (76), matrimonio (77), sacramentales (79), etc.
Según las palabras de Jean Vaquié, se trata de "una ley-marco, que inauguró una transformación fundamental inspirándose en dos doctrinas contradictorias. Porque el objetivo era lograr un compromiso entre el tradicionalismo y el progresismo. Para satisfacer a las sensibilidades conservadoras y tradicionales, se recordaron los principios fundamentales de la liturgia, pero sin ninguna aplicación práctica. Por otro lado, la minoría activa y progresista supo muy bien cómo colocar los elementos que permitirían la posterior evolución hacia la refundación de la liturgia que tanto anhelaban.
Una cortina de humo
Desde la introducción, la Constitución sobre la Sagrada Liturgia habla de una restauración, que iría acompañada -si fuera necesario- de la tarea de "revisar por completo (...) todos los ritos reconocidos".
A este vasto proyecto se superpuso la intención ecuménica. Entre los objetivos esenciales del Concilio y de la Constitución, uno de los principales era "promover todo aquello que pueda contribuir a la unión de todos los que creen en Cristo" (1). Este punto fue respetado.
La idea era que la liturgia necesitaba "restauración" y "progreso". Estas palabras parecen sospechosas, pues se trata de términos utilizados habitualmente por la Iglesia. San Pío V, San Pío X y Pío XII los usaron.
Un principio supremo: la participación activa
El No. 14 establece el principio fundamental que autoriza todas las innovaciones: "La santa madre Iglesia desea ardientemente que se lleve a todos los fieles a aquella participación plena, consciente y activa (actuosa) en las celebraciones litúrgicas (...) que debe centrarse sobre todo en la restauración y mejora de la liturgia".
El término "participación activa" fue el caballo de Troya para la transformación de toda la liturgia. Aparece 11 veces en el texto. Debemos entender su significado recordando la doctrina tradicional sobre la participación en la Misa, como la expone Pío XII en la encíclica Mediator Dei:
"Conviene, pues, venerables hermanos, que todos los fieles se den cuenta de que su principal deber y su mayor dignidad consiste en la participación en el sacrificio eucarístico; y eso, no con un espíritu pasivo y negligente, discurriendo y divagando por otras cosas, sino de un modo tan intenso y tan activo, que estrechísimamente se unan con el Sumo Sacerdote, según aquello del Apóstol: 'Habéis de tener en vuestros corazones los mismos sentimientos que tuvo Jesucristo en el suyo'. Esto exige a todos los cristianos que reproduzcan en sí, en cuanto al hombre es posible, aquel sentimiento que tenía el divino Redentor cuando se ofrecía a Sí mismo en sacrificio. Exige, además, que de alguna manera adopten la condición de víctima. Exige, finalmente, que nos ofrezcamos a la muerte mística en la cruz, (...) de modo que nos hagamos, junto con la Hostia inmaculada, una sola víctima aceptable al Eterno Padre.
"Son, pues, muy dignos de alabanza los que, deseosos de que el pueblo cristiano participe más fácilmente y con mayor provecho en el sacrificio eucarístico, se esfuerzan en poner el 'Misal Romano' en manos de los fieles, de modo que, en unión con el sacerdote, oren con él con sus mismas palabras y con los mismos sentimientos de la Iglesia.
"Todos estos modos de participar en el sacrificio son dignos de alabanza y de recomendación cuando se acomodan diligentemente a los preceptos de la Iglesia y a las normas de los sagrados ritos. Sin embargo, de ninguna manera son necesarios para constituir su carácter público y común".
No obstante, Pío XII añade con gran cautela: "No pocos fieles cristianos son incapaces de usar el 'Misal Romano', aunque esté traducido en lengua vulgar; y no todos están preparados para entender rectamente los ritos y las fórmulas litúrgicas. El talento, la índole y la mente de los hombres son tan diversos y tan desemejantes unos de otros, que no todos pueden sentirse igualmente movidos y guiados con las preces, los cánticos y las acciones sagradas realizadas en común. Además, las necesidades de las almas y sus preferencias no son iguales en todos, ni siempre perduran las mismas en una misma persona. ¿Quién, llevado de ese prejuicio, se atreverá a afirmar que todos esos cristianos no pueden participar en el sacrificio eucarístico y gozar de sus beneficios? Pueden, ciertamente, echar mano de otra manera, que a algunos les resulta más fácil: como, por ejemplo, meditando piadosamente los misterios de Jesucristo, o haciendo otros ejercicios de piedad, y rezando otras oraciones que, aunque diferentes de los sagrados ritos en la forma, sin embargo, concuerdan con ellos por su misma naturaleza".
De este modo, muchos fieles se unen al sacerdote a través de oraciones más accesibles para ellos, como el rezo del rosario.
En el texto del Concilio, el término "participación activa" tiene un doble sentido. Para muchos significa una participación como la describe y define Pío XII. Para sus redactores significa una participación activa y actuante por la cual se confía a los fieles una parte más o menos grande de la realización material de la ceremonia litúrgica: lecturas, aclamaciones del pueblo, presentación de las ofrendas, distribución de la Sagrada Comunión, gestos, actitudes corporales. (30)
El mismo Papa Pablo VI confirma que esta era la intención del Concilio cuando escribe: "Sin embargo, es un error, que lamentablemente todavía subsiste en ciertos lugares, rezar el rosario durante la acción litúrgica" (Exhortación apostólica Marialis cultus, 31 de marzo de 1974). De esta manera, en el transcurso de 25 años, lo que Pío XII reconoció como perfectamente lícito e inevitable, fue estigmatizado por Pablo VI.
Los principios secundarios
De la participación activa y actuante se derivan todo tipo de consecuencias. Su objetivo es reformar la celebración litúrgica, hacer que el clero acepte una nueva concepción del sacerdocio que le priva de lo que le es propio, formar a los laicos para un nuevo papel y, sobre todo, cambiar la teología de la Misa y la liturgia.
A este fin, era necesario preparar para las novedades a los profesores de seminarios, casas de estudios de los religiosos y facultades teológicas (15), clasificar la liturgia renovada entre las principales disciplinas (16) y fomentar la vida litúrgica en las casas de formación y entre los sacerdotes (17). La insistencia del Concilio obedece al deseo de introducir más rápida y fácilmente la revolución que se estaba gestando. Es a través de la práctica que las ideas penetran con mayor eficacia.
Finalmente, se debía asegurar la formación litúrgica de los fieles, especialmente en el sentido de la participación "activa" (19).
La "restauración" de la liturgia
La firme decisión de llevar a cabo una "restauración general de la liturgia" se anuncia en el No. 21. La razón que se aduce es que la liturgia estaría repleta de elementos más o menos ajenos a su naturaleza, o inadecuados para su época. Aquí surge el juicio de los innovadores, que no quieren restaurar, sino reformar la liturgia según sus propias concepciones.
¿En qué consistió esta restauración? "En ordenar los textos y los ritos de manera que expresen con mayor claridad las cosas santas que significan y, en lo posible, el pueblo cristiano pueda comprenderlas fácilmente y participar en ellas por medio de una celebración plena, activa y comunitaria". En este breve texto están presentes todas las demandas de los innovadores: "mayor claridad" es una impostura, una simplificación excesiva; "la participación plena es activa", esto constituye la obsesión de las liturgias modernas; "comunitaria", es también una demanda que se fundamenta en falsas razones teológicas, como si el sujeto activo del sacrificio que tiene lugar en el altar ya no fuera únicamente el sacerdote -otro Cristo- sino toda la comunidad. En cuanto a la fácil comprensión de las realidades sobrenaturales, el futuro demostraría que una liturgia desacralizada se aleja de las santas realidades.
Normas generales
Estas constituyen una obra maestra de habilidad engañosa, pues presentan elementos reales para adormecer a los Padres más tradicionales, al tiempo que abren de par en par las compuertas de la revolución litúrgica. Juzguemos por nosotros mismos: el texto pretende "conservar la sana tradición", pero "allanar el camino para un progreso legítimo". En primer lugar, hay que llevar a cabo "una concienzuda investigación teológica, histórica y pastoral", pero "teniendo en cuenta (...) la experiencia adquirida con la reforma litúrgica y con los indultos concedidos en diversos lugares". Las innovaciones que ya estaban presentes en todas partes quedan así legitimadas e introducidas en la reforma anunciada. En conclusión, "los libros litúrgicos serán revisados lo antes posible valiéndose de expertos y consultando a obispos de diversas regiones del mundo" (25). Los expertos son bien conocidos en la historia del Movimiento Litúrgico, mientras que la consulta hecha a los obispos de todo el mundo dio paso a la inculturación.
Normas extraídas de la naturaleza de la liturgia como acción jerárquica y comunitaria
El No. 27 fomenta la celebración comunitaria, insinuando que tendría más valor en sí misma que la celebración individual y casi privada. El No. 31 establece que las rúbricas de los libros revisados incorporarán el papel de los fieles.
Normas extraídas de la naturaleza didáctica y pastoral de la liturgia
Los innovadores colocan el valor pedagógico en el centro de su interés. A tal efecto, impartieron directrices que debían inspirar la reforma litúrgica: simplificar y acortar los ritos (34); incrementar y diversificar las lecturas de la Sagrada Escritura (35); inspirar las homilías principalmente en la Sagrada Escritura o la liturgia; la posibilidad de realizar comentarios litúrgicos durante las celebraciones; promover la celebración de la Palabra de Dios en determinados días en los lugares sin sacerdotes.
La lengua litúrgica latina se conservaría salvo derechos especiales. Pero... podría ser muy útil darle más espacio a la lengua vernácula (36). Este sencillo pasaje pronto haría posible el uso de la lengua vernácula en casi todas las oraciones, y conduciría al abandono de la lengua sagrada de la Iglesia.
El significado de estas directrices, así como el destino reservado para el latín, son muy importantes desde un punto de vista ecuménico, porque permitieron el acercamiento con los protestantes. El pastor Rilliet escribió en 1964 que "la atención de los protestantes respecto a este importante documento se centrará particularmente en los principios cultuales definidos. El texto aprobado el 4 de diciembre de 1963 ciertamente acerca la misa católica a los cultos luterano, reformado y anglicano. La adopción de la lengua vernácula cumple con una de las demandas de Lutero y de otros reformadores que comenzaron a aplicarla desde el siglo XVI. La importancia cada vez mayor de la Biblia y de la predicación sigue la misma línea".
Normas para adaptar la liturgia al temperamento y las condiciones de los distintos pueblos
Estas normas proponen adaptaciones a la diversidad de asambleas, regiones y pueblos, especialmente en los países de misión. Estas adaptaciones pueden referirse a la "administración de los sacramentos, los sacramentales, las procesiones, el uso de la lengua litúrgica, la música y el arte sagrados. Sin embargo, debido a la urgencia que existe en ciertos lugares y circunstancias, será necesario permitir experiencias guiadas por los obispos y expertos" (37-40). Toda la cuestión de la inculturación se encuentra contenida en estos artículos, así como la multiplicación de adaptaciones según las circunstancias, que pulverizarán la liturgia en una multitud de ritos particulares.
La pastoral litúrgica
El texto conciliar instituyó comisiones litúrgicas nacionales, diocesanas y parroquiales. En Francia ya existía el Centro de Pastoral Litúrgica, un organismo revolucionario que ahora tenía una misión oficial. Estos centros debían dirigir la pastoral litúrgica y promover la investigación y las experiencias necesarias para futuras adaptaciones.
El misterio de la Eucaristía
El No. 47 describe la Misa de manera tradicional, pero el No. 48 insiste, una vez más, en la participación activa que serviría como justificación para las innovaciones: revisión del ordinario de la Misa para facilitar la participación activa, simplificación de los ritos, supresión de las repeticiones o de aquello que se había agregado a lo largo de los siglos (por ejemplo, en el Kyrie eleison) o de lo que se considerara de poca utilidad (desprecio por la tradición de la Iglesia y la autoridad de los Papas), restauración "de acuerdo con la primitiva norma de los Santos Padres" de ciertos elementos desaparecidos con el paso del tiempo (arqueologismo) (49-51).
La multiplicación de las lecturas con el fin de abarcar, en unos pocos años, la parte más importante de las Sagradas Escrituras, también favoreció el acercamiento con la Cena protestante, al igual que el uso de la expresión "mesa de la palabra de Dios". En aras de un arqueologismo puro, se restableció la oración común, después llamada oración universal.
Además, se entreabrió una puerta: la de la comunión bajo las dos especies, que se puede conceder en determinados casos (55). Asimismo, se favoreció la concelebración en determinadas circunstancias. Esta última se generalizaría en muy poco tiempo.
La música sacra
"El tesoro de la música sacra será conservado y cultivado con sumo cuidado. Foméntense diligentemente las Scholae cantorum, sobre todo en las iglesias catedrales. Los obispos y demás pastores de almas procuren cuidadosamente que en cualquier acción sagrada con canto, toda la comunidad de los fieles pueda aportar la participación activa que le corresponde, a tenor de los artículos 28 y 30". (114).
Se reconoce que el canto gregoriano debe ocupar el primer lugar, sin excluir la polifonía sagrada. Primer problema: se piden melodías más simples para las iglesias pequeñas. ¿Pero de dónde se obtendrían estas melodías? A este fin, sería necesario desarrollar el canto religioso popular. Y también dar cabida, en los países de misión, a la música tradicional de los pueblos evangelizados. Esto daría lugar a todo tipo de desviaciones.
Se le concede también un gran valor al órgano, pero se autoriza la introducción de otros instrumentos, lo cual permitiría que todo tipo de instrumentos y música irrumpan en el santuario.
El arte sacro y el material de culto
Las normas relacionadas con la construcción o confección -edificios, altar, tabernáculo, baptisterio, imágenes sagradas, decoración y ornamentación- deberían ser revisadas junto con los libros litúrgicos: "Corríjase o suprímase lo que parezca ser menos conforme con la liturgia reformada y consérvese o introdúzcase lo que la favorezca". Nueva liturgia, nuevas iglesias, nuevos altares, nueva disposición de los interiores.
Con esta Constitución, todo estaba preparado para la mayor conmoción litúrgica de la historia de la Iglesia. Una auténtica revolución que dejó tras de sí un campo en ruinas.